sábado, 21 de junio de 2014

Para siempre

Los gigantes dejan huellas a su paso; y claro, vos no podías ser menos.

Cuando tus labios se estiraban, y los dientes asomaban, esa sonrisa era un arma poderosa, constructora de momentos, capaz de eliminar distracciones y detener el mundo.

Con una mezcla de agente secreto y buda, tus preguntas eran incisivamente cálidas, en la búsqueda de saber, de entender las miradas en cada encuentro. Tus palabras inyectaban un suero de sinceridad, convirtiéndonos en radiografías, transparentes y fáciles de leer.

Como un pulpo envolvías miles de sentimientos, con ese abrazo que nos convertía en uno, inseparable, inquebrantable.

Nunca lo disfrutaste, tu cara se transformaba cuando sentías el calor de la yerba, pero siempre dabas a la cebada otra oportunidad.

Desencadenaste epidemias sin desearlo, producto del contagio incontrolable que tu risa generaba. Combinando ojos achinados y un par de notas graves, quienes te rodeábamos caíamos rendidos, sin defensa posible, ante el avance de tu alegría

Ese andar luminoso no sabía de discreción. Sin necesidad de reflectores tu presencia brillaba por si misma, encandilando a quienes nunca siquiera se habían visto las manos.

Las prohibiciones nada tenían que hacer ante tu picardía justificada. Normas y convenciones, acostumbradas a regular comportamientos, encontraron en vos un revolucionario de lo cotidiano, que escribía sus propias reglas con tinta invisible.

El cielo tronaba cuando algo no era de tu agrado, con ese enojo inadvertido, incontenible a su paso, mejor darle lugar que intentar frenarlo

Algo de tu perfume actuaba como un imán de bondad, atrayendo grandes valores que te supieron acompañar.

Con humilde presencia proyectabas la sombra de un gigante, un coloso de tiempos medievales, un superhombre sin límites, ídolo de multitudes.

Todo eso fuiste. Todo eso siempre serás...

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