viernes, 30 de mayo de 2014

Tango del deseo

Vuelve a brotar. Como el pasto entre baldosas de la ciudad, como burbujas recién servidas en el vaso, brota. ¿Por qué resistirse? Ahí viene...

Con una luz de atardecer otoñal, la sala se detiene en el tiempo, luchando contra agujas que buscan entrar galopando sobre sonidos penetrantes, que no saben de silencios ni barreras. Lo logran, encuentran el medio. Atrapa mis dedos que se deslizan a fin de ponerle punto a esa secuencia. Mientras tanto, Joaquín dialoga con la avenida, con ventanas que dicen presente a través de su vibración sostenida.

 Un mate estacionado acompaña el momento, mirando celoso, abandonado a la vera de la cama, celoso, viendo cómo él tomó su lugar. Cruza miradas con cinco clavijas –y no con seis porque una se esconde tímida por su desnudez- que minutos atrás conquistaron a esos diez locos. Diez que disfrutan acariciar sus vestiduras, ya sea juntas o separadas, en orden o alternadas. Son sirenas. Sirenas que, como la piedra a la tijera, se mantienen victoriosas hasta que aparece el papel.

 Emerge, fuerte, soberbio. ¿Pasajero? ¿Podrá perdurar esta vez? Unos pasos más y dejará de vivir, transmutará. Incipiente mariposa. No hay juicio que valga, solo el tiempo podrá dictar sentencia.

 No encuentro sentido en hacer promesas. ¿Para qué? ¿Qué diferiría de aquellas que se alzaron en el pasado? 

Avanza, decidido, ya casi lo tiene. Se estira, como un niño tratando de alcanzar el juego a mitad de la mesa. Usa las puntas de sus pies. Falta poco. Un poco más. Dale, ya casi. Suspira. Finalmente vislumbra la bandera a cuadros. Siente el frío caluroso y una tempestad sobre su piel. Está preparado para dejar de ser. Llegó.

 Él dice adiós. Ella llama a la puerta pidiendo permiso. Por segundos no lo cruza. ¿O sí lo hace? Entra, con la mirada baja, ausente de confianza, temerosa ante lo que presume un ambiente hostil. Siente que éste no le dará lugar. Recorre la habitación. Repasa los músculos. Saborea el aire. Esboza una sonrisa achinando los ojos. Despliega su encanto como en una chacarera convencida de tener lo necesario para enamorar. Suelta su pelo y se descalza. Arriba y abajo, su cabeza asiente ante su reflejo. Quiere ser. Logró entrar. Anuncia su estadía indefinida, pero amenaza con partir repentinamente. Condiciona su abrazo. Incontables meses han pasado desde aquella vez en que transitó estos senderos. Carente de miradas se despidió sin dar aviso. ¿Por qué regresa? Ya no importa. Volvió.

 Ellos saltan y bailan, no se pueden contener. Volvió. Incipiente mariposa…

Pensando en volver

Eso. Nada más. Pensando en volver. La escritura llama. La necesidad de compartir, desde un plano distinto, con palabras algo más elegantes que las utilizadas cotidianamente. El impulso por escribir, buscando armonía entre sílaba y sílaba. Utilizar letras para expresar ideas y emociones, pretendiendo que el lector haga pausas, que sienta no poder contener el revoloteo de sus ojos; revoloteo producido por sensaciones encontradas motivadas por una chispa entre párrafo y párrafo. Lejos de aquellos considerados grandes próceres de la narrativa, motivado por quienes apelan a recursos más simples y sencillos, añorando poder convertir oraciones en pinceles que dibujen imágenes tangibles. Eso. Nada más. Pensando en volver.