sábado, 21 de junio de 2014

Invasión bienvenida

Banderas que pasan 365 días teñidas por colores que ni siquiera se han descubierto, algunos imposibles de replicar, se dejan conquistar por un ejército que promete arrasar con todo. Un ejército ante el cual, a priori, nadie presenta resistencia; es más, le abren sus puertas de par en par. Están los que despliegan alfombras rojas. Están quienes osan mirar hacia otro lado, con aires de indiferencia, pero que no vacilan en espiar cuando algún sonido llama su atención. Es cuestión de tiempo para que esos estandartes olviden sus tramas.

Un ejército altamente preparado. Batallones con misiones específicas. No se trata de eliminar, sino de cooptar. "El fin justifica los medios" narran las letras tatuadas en el pecho de sus líderes. No opera de manera improvisada, cada acción es parte de una maquinaria cuyos engranajes fueron dispuestos con ojo clínico. No hay azar. Algunos se sorprenden con la rapidez de su invasión, pero solo porque no han percibido el avance paulatino de sus escuadrones. ¿Semanas? ¿Meses? ¿Años? Los especialistas reconocen que sus avances más notorios se producen cada cuatro años.

Maquiavelo no es más que un nene de pecho frente a estos generales. Nada de dividir, su estrategia es unir. Por cielo y tierra, desde los mares y través de los televisores. Hipnotizando cada uno de los cinco sentidos. Desde los grandes hasta los más chicos, sin piedad, no importa sean ancianos o mujeres embarazadas. Goebbels toma nota desde la tumba, maravillado por los artilugios de este régimen, ante el cual no se asoma ningún frente de liberación para oponerse; o al menos ninguno capaz de presentar batalla.

Los sometidos no se saben sometidos, se entienden espectadores. Participan, algunos más activos que otros, contribuyendo por acción u omisión. Están los que eligen vestir uniformes; y justamente por (creer) elegir es que no hay rechazo, no hay reacción violenta. Otros recitan himnos, orgullosos, solemnes. Así, con múltiples entonaciones y disfraces, donde parece reinar diversidad, los tiranos sonríen, robustecen su ambición desde palcos bien ubicados.

No necesitan armas químicas. Su secreto se asemeja a un tratamiento propio de un veterinario, colocando pantallas como lámparas en los cuellos de sus objetivos. Formadores de cíclopes. Nada más existe, nada más importa. Ni estómagos vacíos, ni dientes tiritando. Qué escuelas vacías, qué libros intactos. Dónde faltan medicamentos, de qué violencia hablan. Nada más existe, nada más vale, nada más importa.

Descorchan, lo lograron: misión cumplida.

Hasta acá llego, tengo que cortar, comienza una nueva función.



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